Es a veces un poco triste. Quizás no sea lo más triste, no sé. No sé si sea el tiempo, o quizás sea que ya lo conozco todo, sé cómo son las cosas hoy, mañana y después.
Hoy alguien por aquí camina, aguarda, espera viéndome con mucha curiosidad, esos que esperan, por un lado, por el otro o por el frente, son los individuos que me motivan, quisiera decir que me inspiran, aunque de eso yo no sé nada, inspiración no conozco nada, por eso hoy toco en la tienda de música, promocionando los pianos de escaparate que se venden. Algunos otros incrédulos del mundo tienen dudas, piensan en cómo deber tratar a un músico o botarga, incrédulos si seré yo un pianista, se preguntan si quiero unas monedas, lo cierto es que no tengo ni bote, esas monedas me las da el dueño del local y por otro lado la propina no se me permite. Algunas veces los niños señalan con el dedo, otras tantas algunos se sorprenden al ver a alguien tocando la música que desde hace algunos pasos les inquietaba. Todos son unos curiosos, cuando se trata de ver las novedades en las tiendas, una oferta, una liquidación, alguna muestra gratis, pero ¿arte?, quién mierdas regala arte todos los días, no se puede simplemente, un pintor muere de hambre en vida y por ello intermitentemente pinta, cuando hay inspiración, cuando hay comida o cuando hay para pintura y lienzos. Pero un exitoso músico… ¿qué hace tocando suaves piezas en un centro comercial olvidado y estrecho?

Hace algo de tiempo que ya no soy una novedad, lo fui en algún momento, de hecho, yo soy el pionero en ésta disciplina, también creo ser el único que se conforma en tomar por escenario los pasillos, sin escaparate, ni templete, ni siquiera luces o un telón, mucho menos butacas para el espectador. Así son los días: tocar y tocar como un viejo autómata, que mejor lo sería para el propietario de la tienda, para le gente, para el personal que aquí labora y para mis dedos que ya viejos son.
Hoy muy de temprano me despierto, tomo las mismas hojas de partituras que ya desde hace más una década no renuevo, antes hacía una selección minuciosa, ahora ya ni escojo piezas, tampoco las leo, las domino, la improviso, sé cómo son las cosas aquí y es mejor vomitar. Más que ser un músico aquí vengo a asfixiar los sueños, así es como mueren las aspiraciones y las conspiraciones del alma, hoy habiendo fracasado como estudioso, como académico, como compositor y como concertista, simplemente me acerco gravemente a mi oficio predilecto, al oficio de eximir, extinguirse y expirar. Aquí con repulsión me miran las adolescentes y pienso en sus cabellos rizados y rubios, sus cálidos muslos y sus risas vanas que me hunden en aquel tiempo de fracasos jóvenes y prematuros.
Hoy la tienda cerrada y yo sin saber a dónde ir, me agobia tener tanto tiempo y no tener un piano bajo mis manos y encima de mis piernas para que me hunda un día más; es que a caso no comprenden que mi sentido de exterminio pierde su sentido sin mi instrumento prestado, sin las miradas que ignoran, sin los ignorantes que me acompañan, no soy el que camina frente a los escaparates, yo soy todos los escaparates, porque a través de mí, ni siquiera se ve un piano de segunda en venta, se ve una amenaza de fracaso, se contempla un lento caminar a un lugar sin gracia, ni voz, ni eco. A través de ésta grande imagen sínica de la falsedad se puede observar la suma de todas las mentiras dichas por sí mismos, se puede notar la imagen de nosotros y de todas las penas que nos agravian.
Hoy me he quedado sin tocar, no sé si sea por hoy, quizás los dueños pensaron en un descanso de la música del infortunio o quizás sea el aviso de un nuevo presente, sin esa patética idea que nadie se atreve a mermar, ni yo, todos los días al terminar lo pienso y todas las mañanas lo postergo, así van tantos días, así los he vivido todos, postergando un día más con las venas cuidadosamente pegadas al cuerpo suministrándome la vida y los sesos adecuadamente acomodados en su forma habitual de generar mentiras y dádivas.
En los templos habitan los órganos de la sacralidad, los que por cobardía no miro. Tantos días sin mirarme a mí mismo, sin mirar mis palmas, ni mis pies, ni mis piernas, sin un espejo, más que los de los ojos ajenos, con sus prejuicios propios y diversos. Sin mirarme detenidamente frente al reflejo miro una imagen sin gracia, una imagen tímida de contemplarse a sí mismo, una mirada con un hambre baja y una vida solitaria, temerosa. Mis dedos largos se han cansado de esperar la rutina de tocar una vez más, mecánicamente, sin variaciones, sin diferencias entre los días.
«¿Qué tocará el día de hoy el caballero? Un piano no» – hace en son de burla el afanador - « quizás toque música de una 9mm» Respondí y me marché sin volver jamás.
J. Roberto Morales
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