Comí de
sus labios
una
fresca uva ennegrecida.
El
desvanecimiento abre el silencio,
las
palabras silban muy agudo en la pupila,
se abre
el cielo como derramando fango,
en la
oscuridad tres sombras clavan su mirada
retumbante
en cada paso por la tierra seca,
se abraza
la tierra con elixir que la humedece.
La más
joven de las sombras es dueña de aroma tierna
tiene
colores de infancia y arranca las lágrimas de la nostalgia;
hipnotiza
y cobija la piel con raspones de codos y palmas,
llora por
las heridas de rodilla, rojas de tan frescas,
ríe y
llora, guarda silencio y recuerda con lágrimas secas
las
caídas y las estupideces;
Cuerpo a
cuerpo le dedico un susurro cobarde del cual no se entera,
y apenas dicho, se le mete en la boca,
suave,
tanto que no se recuerda.
La que
por un lado perdura,
acompaña
jubiloso un sonido dinámico del viento
que de
brisa en brisa explota en chispas diminutas,
tan
discretas en el ennegrecido cielo las guarda.
Hablaba
con la saliva de los amantes,
de los
amigos y los hermanos,
me
llamaba ¡loco! con febril complicidad.
Le
confesé con los poros de la piel mi soledad,
lanzaba
un vapor vigorizante al ritmo del canto de la cigarra.
Un abrazo
medio melodioso con un gesto de risa:
le ame
por un primer tiempo de mundo,
por una eternidad de hombre.
Aquella
última esperaba con rencores un roce de mirada,
temblaba
con el cordón del horizonte grisáceo en sus tobillos
y
derramaba un sudor recalcitrante de alcantarilla,
meaba
lágrimas de pie y sin inmutarse en tristeza
me notaba
cansado de tanta cólera,
sus ojos
reventaban en odio púrpura,
se
burlaba con el aroma de su perfume viejo
y entre
más se aproximaba el tiempo a nosotros
su
silueta temblaba muy agria y detenida.
Sin saber
qué esperaba de su maltrecha naturaleza,
extendí
con vergüenza cínica de rodillas una mano,
desde muy
debajo vi mi mentón asomarse por su yelmo
y un ojo
muy azul de Flandes, huérfano sin par como el mío;
se
vigorizaba agudo en observar, detenido, pausado
tan lento
que caminaba el rastro de la ostra:
nos
lastimaba un tiempo tan lento que era como muerte
de envenenada
agua, electrizante polvo de duna.
Era mi
sombra el enemigo de los amigos y del infante,
era la
conexión de la vergüenza en oscuridad
el
funeral del cielo donde llueven los fangos,
canto de
viento pendenciero, sexo de Magdalena,
rabia del
Aguirre, crin de Bucéfalo,
era el
polen de la gaviota y la risa de la
hiena.
Era ese
terrorífico enemigo, el más duro de todos
Tragando
cucharadas en el suelo,
llorando
lagrimas humillantes.
J. Roberto Morales
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