
Caminante de suaves dedos y prolongadas caricias, eres hoy,
no hablas fuerte, lo haces en la oreja, tan callada y
humeda,
prolongada en el fondo, tocando la fuente del oído,
ahí donde nazco... y donde comienza mi muerte.
Suplico no se escape tu voz, que nada arruine el silencio,
nada diga cómo amar o beberte, egoísta;
ni el eco, ni la espuma de malta, ni la brisa lleve consigo
nada.
Un secreto, una voz
muy silenciosa,
vivimos susurrando, murmurando caricias,
caminando cuidadosos sobre el aire y el viento,
tan etéreos, tan temerosos... los amantes del silencio,
los amantes taciturnos, los amantes noctámbulos,
los que se aman sin decirlo, ni cómo, ni cuándo.
Sin una voz, sin una
mirada fijarás camino,
serás amante de habitación, de callejón y de azotea,
besarás suave embriagante y cariñosa,
serás amante de días sin luna, sin sus ojos testigos.
Delicada suavidad de
piel desnuda, de flor su tela,
su aroma misma y su humedad tan fértil,
cuidadosa amas, siempre callada mirando distante
o muy profunda en el alma.
Dice poco, lo hace sin respirar, humedecida,
escondida entre los callejones de mis brazos, mi viente,
ama con desespero, con cuidado mirando a la ventana,
amenaza la rendija debajo de su puerta, sus luces amenazan,
las sombras de los caminantes, de los curiosos,
de los morbosos, los faunos y las bestezuelas de la calle,
de nuestros murmullos, de un secreto que se oye,
de un secreto poco guardado, de sus jadeos,
y de su voz que apenas quiebra el silencio.
J. Roberto Morales
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