como estrellando ese manto de seda delgada,
ese enorme telar fuerte de escenario cósmico,
dejando escapar la luz que guardaba con celo el anochecer,
perdía su batalla la luna, perdía su descanso la luz,
perdía su armonía Apolo, se encolerizaba, y las flores no podían más,
no podría seguir en apertura, los hombres callaban sus voces,
y los animales anhelaban la intimidad sexual de la oscuridad,
las bestias anhelaban las franqueza de la tiniebla para cazar,
y mis ojos lloraban de dolor al esperar ver los cuatrocientos
pueblerinos del cosmos, llorar de esperar verles brillar en el negruzco
cielo.
La criatura diurna se hacía muerta de vieja,
y un solo segundo sin penumbra le quitaba su alimento de sueño,
moría sin él, moriría pronto en la milésima parte del katún en más luz,
la tierra se secó pronto, y las plantas pronto se hicieron otoñales,
y los amigos y enemigos, encontraron pronto la muerte,
de nada sirvió la amistad o el odio sin la oscuridad, sin el equilibrio
de la luz,
nunca callaron los sonidos, todo era un grito profundo y un crujido en
el eco
en la luz, la muerte no es muerte, sino la prolongación del agonizar,
es una eternidad en la agonía; la luz mato esa tarde perpetua la vida,
determino la última noche, que nunca jamás llegaría…
Todo reposa, ardiente, sonoro y en movimiento, en el turbio movimiento,
en la tortuosa vida, en el total espacio de la luz,
sin sombra ni noche, sin crepúsculo ni silencio,
en ello espacio de la furia y pasión sin sensualidad,
en la violencia sin tregua, en el yanto sin reposo,
en esa pequeña abertura del manto nebular,
en el lienzo de la vida, cielo que era equilibrio
y lo era todo…
J. Roberto Morales
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